En defensa del patrimonio de nuestros mercados y plazas de mercado .
- Jessille López
- 8 sept 2018
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Actualizado: 8 sept 2018
Los mercados públicos y plazas de mercado hacen parte integral del paisaje comercial de las urbes y poblados. Dichos entornos, en conjunto con sus prácticas e intercambios son parte esencial y constitutiva de la identidad de una comunidad. En el medio local y nacional, puede ser limitado incluir solamente las plazas y mercados, cuando existen otros espacios donde puede valorarse el patrimonio cultural y estamos hablando de las ventas ambulantes, tiendas de barrio, panaderías, bazares, chacarerías, no restringiéndose el producto final que se venda o compre, sino los oficios, las relaciones y roles que se establecen entre unos y otros.
Reconocer esto es abrir la visión de lo que denominamos patrimonio cultural inmaterial, valorando la función social[1] de las manifestaciones y expresiones que se den, así como los usos que da la colectividad. Estos espacios comerciales hacen parte de la trama urbana, son aún vitales, y dicha vitalidad radica en que allí se desarrolla buena parte de la vida de muchos individuos, desde ellos se generan procesos de sociabilidad y explota toda la creatividad popular; en algunos casos, pueden constituirse como una “esquina” de reconocimiento y ubicación de límites y fronteras.
Si nos devolvemos décadas atrás cuando el canal tradicional de distribución[2] del mercado era el eje de comercialización y las ciudades eran pequeñas, el Mercado Central y las plazas de mercado se constituían como el epicentro generador de intercambio. Era común la imagen de la ama de casa, la abuela junto a alguno de sus nietos y comerciantes de barrio, que sin falta acudían a abastecerse de víveres y demás productos de la canasta familiar, pero no solo respondiendo a la función básica de compra, habían otras funciones de interacción, recorridos, en general un punto de contacto[3].
Por lo demás, el mercado ha acompañado la vida social y económica de las comunidades, en nuestro entorno local, el Mercado Público de Barranquilla es un zona de influencia por ser público y popular, por su connotada importancia comercial, por ser el área primigenia de donde comenzó el desarrollo de la ciudad y además ser sitio de referencia para localizar direcciones e hitos urbanísticos.
El contacto y observación con los puestos del mercado y los compradores/parroquianos, es quizá la fuente de donde se sustraen la mejor información y experiencia. Muy a pesar de los cambios rotundos que han padecido estos espacios, aún se resguardan ciertas prácticas culturales; una intangible convivencia entre las tradiciones de antaño y los cambios económicos traídos por la “modernidad” -que traen variaciones en los hábitos de compra y consumo- presionando la paulatina desaparición y obsolencia de los mercados tradicionales. Sin embargo es momento para recordar este acertado comentario del historiador Joan de Déu Domènech:
Han cambiado los productos y el propio calendario de productos (transportes), ha cambiado la conservación de los alimentos (frigoríficos), han bajado los precios (supermercados), han cambiado los hábitos alimentarios (comida preparada), y los mercados siguen ahí”.
Si bien en muchos casos la valoración del patrimonio referida a los Mercados Públicos y las plazas de mercado son tasadas en dirección a su representación en las economías locales, algunos expertos manifiestan que del mercado se debe reconocer su valor patrimonial inmaterial PCI[4] por aspectos esenciales de las vivencias que allí se recrean. Así lo expresaba coloquialmente un artículo de una revista de circulación local, Barranquilla Gráfica hacia 1971:
“…es allí donde se concentran las más originales expresiones, donde se viven las más trascendentales epopeyas de su insólito modus vivendi. Los mercados, sean cual fueran sus negocios, expresan sus características la idiosincrasia de su típico modo de ser. Unos podrán ser más extensos, amplios o imponentes que otros […] las colmenas constituyen un episodio de su historia vernácula. Allí cada comerciante ha mantenido viva la tradición de sus negocios; y con cordial expresión de nuestras gentes, el comercio ha estimulado a base de ofertas simpáticas, recargada la colmena de objetos de toda clase, miscelánea que impresiona por la curiosidad de la mercancía y diversidad de chécheres. Pero sobre todo por la espontaneidad del tendero que hace su propio mercadeo sin haber recibido jamas una lección de relaciones públicas”[5]

La declaración de mercados públicos y las plazas de mercado como PCI, se fundamenta con lo expresado en la Convención de la UNESCO de 2003 que incluye las tradiciones y expresiones orales –tales como epopeyas, narraciones, historias y artes del espectáculo (como la música, el canto, la danza, las marionetas y el teatro)–, los usos sociales, los rituales y los actos festivos, los conocimientos y usos relacionados con la naturaleza y el universo –por ejemplo, la medicina popular y la astronomía popular– y las técnicas artesanales tradicionales, así como los lugares y espacios donde se producen actividades y actos de importancia cultural. Y se sigue lo planteado por Richard Kurin[6] quien define el PCI como todo aquello que envuelve la cultura que las personas practican como parte de su vida cotidiana. Bajo este sentido del PCI, el depositario de este patrimonio es la mente humana, por esto el desarrollo de puestas en valor de este merece un importante trabajo de divulgación con tal de lograr conseguir las aspiraciones proyectadas y que realmente responda a las necesidades de cada comunidad.
[1] La función social de las manifestaciones, ligadas a la trasmisión de valores, conocimientos, expresiones y formas de ver el mundo. Véase: Ministerio de Cultura, Lineamientos para la elaboración de inventarios de patrimonio cultural inmaterial. Proceso de identificación y recomendaciones de salvaguardia. Bogotá, Dirección de Patrimonio. Grupo de Patrimonio Cultural Inmaterial, 2014. p. 34
[2] los canales más tradicionales de distribución y abastecimiento para Colombia lo constituyen los mercados, plazas de mercado y tiendas de barrio, frente a otros canales modernos de formatos comerciales como almacenes de cadena, súper e hipermercados. Veáse:
[3] por sí mismos eran ejes articuladores, puntos de encuentro, espacio de eventos sociales, marco para la trasmisión y vigorización de tradiciones y costumbres. Véase: El Mercado. Smithsonian Folklife Festival. http://www.festival.si.edu/2010/mexico_el_mercado.aspx.
[4] SEÑO ASENCIO, Fermín. Acerca del valor patrimonial de los Mercados Municipales y Plazas de Abastos de nuestro entorno. En: Cuadernos de los Amigos de los Museos de Osuna, N° 15, ISSN 1697-1019, 2013, p. 130.
[5] folklore. El Mercado Público. En: Barranquilla Grafica, Barranquilla, Nº 115, octubre de 1971.
[6] KURIN, Richard. La salvaguarda del patrimonio cultural inmaterial en la Convención de la UNESCO de 2003: una valoración crítica. Museum International, Intangible Heritage, 221-222, 2004. p. 69.
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